jueves, 11 de marzo de 2010

MOBBING - Un cuento de Alberto Díaz-Villaseñor

Huir es siempre una pesadilla, un callejón sin salida, un par de labios rojos que se cierran como guillotina.

Mobbing, mobbing, este tío me estaba haciendo mobbing y yo lo aguantaba no sabía por qué. Porque no tengo cojones lo aguantaba, pero el día que los pusiera sobre la mesa, los cojones, se iba a enterar; entonces ni jefe ni san jefe, ya lo iba a ver. Ya se había cargado a dos compañeros. Al final, como no podían aguantarlo más, los dos se fueron de la empresa y, lo más curioso, sin rechistar en el último momento a pesar de todo lo que habían rajado los meses previos. Pero a mí me iba a oír en el antes, en el durante y en el después. Coño, es que ya me estaba tocando mucho los huevos.

Me fui como cada noche, cabreado, al cibercafé. Un sándwich de huevo duro, una birra y el chat pillín antes de la cama y la paja. Sondeé los fórums y las salas de videoconferencia como de costumbre. Me quedé con aquel tan lleno de sugerencias que decía en su descripción “chiquita y bonita te la pone gordita”. Piqué, vaya si piqué.

Me logueo, me acepta, meto el número de la visa, me vuelve a aceptar y ya está. Veo ante mí una ninfa, una preciosa rubita en verdad jovencita y demoñesa. El chat comienza brutal, la nena se enfoca la webcam aquí y allá, yo, como un imbécil, hago lo mismo con la mía no sé para qué porque estoy en público y vestido; al momento me la pone, en efecto, gordita. Mis dedos en el teclado vuelan. A través de los auriculares a toda potencia jadeos van y jadeos vienen de aquel ángel exterminador. En un momento se me hace que sólo se oye en el cibercafé el aporrear inmisericorde de mis dedos pidiendo más y más, y más, y esto y aquello, y hazte y déjate hacer. Y ya creo que hasta la gente de alrededor me observa la cara de vicio, o eso me parece. Lo mejor es que ya ni me acuerdo del jefe ni de nadie.

De pronto, a espaldas de la nena aparece un hombre. El cerrado ángulo de la cámara no permite verle la cara hasta que se agacha junto a ella. ¡Es él, el hijoputa, mi jefe! Me mira sonriendo y me dirige un dedo acusador como una pistola. No hizo falta que hablara, sus ojos decían claramente: “¡te pillé!”

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, Guillermo, por acogerme en tu casa.

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  2. muy bueno.... natural, abierto y sin tapujos; bastante simpático Alberto

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